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‘Señor, haznos volver hacia ti y volveremos, renueva nuestros días como antiguamente’ (Lam 5,21) 

La obsesión del hombre en hacer lo que quiere cuando quiere y la ilusión de libertad, resulta en un viaje hacia las cosas de este mundo que pone en riesgo nuestro destino como coherederos del Reino de Dios. Sin embargo, es a través de este viaje de la Libre Voluntad que comprendemos que no estamos completos sin Dios y Su amor en nuestra vida diaria. Entonces, nos damos cuenta de que debemos declararnos ante Dios como Sus hijos arrepentidos. El proceso de volver a la protección y la unidad con Nuestro Padre es aquel viaje de círculo completo, donde la Gracia de Dios es siempre el instrumento. Su amor siempre está llamando suavemente a Su hijo.

 

¿Qué es el cambio personal?

Es la siguiente alianza con Dios que establecemos en esta Misión después de nuestra Consagración: Metanoia (Met-uh-noi-uh) una profunda transformación espiritual-una conversión o despertar, un cambio fundamental de carácter—es decir, un cambio en nuestros corazones hacia Dios. Y debe ser paso a paso porque es una transformación radical de nuestra vida. Tenemos que decidir con todo nuestro corazón dejar de ofender a Dios en todas las cosas, morir a uno mismo y a las cosas de este mundo. Estos despertares iniciales de conciencia deben ir acompañados poco después por un dolor del espíritu y compunción del corazón. Es un deseo sincero y contrito de ser uno con Dios. Que no nos separemos nunca más de É l, es el grito del hijo que estaba perdido, pero ha sido encontrado.

¿Cómo podemos cambiar personalmente?

Nuestra Iglesia nos enseña que hemos sido hechos santos y sin mancha a través de nuestro bautismo y confirmación. Sin embargo, estas iniciaciones no han eliminado la vulnerabilidad que reside dentro de nuestra naturaleza humana de pecar. Este es el esfuerzo laborioso de la conversión, la lucha redentora a la que todos estamos llamados. En Marcos 1,15 leemos: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.

Es por medio de la fe en el Evangelio y por el bautismo que renunciamos y rechazamos el mal; es donde la puerta se abre a la vida eterna, intensificada y hecha inminentemente posible a través del don de una vida nueva, una metanoia. Es justamente en la consagración que una gracia aguarda a toda la humanidad, la gracia de la conversión. Un don para todos los que permiten, aunque sea por un momento, que el Espíritu Santo los mueva lo suficiente para poder decir: “si Padre…lo siento, por favor perdóname y ayúdame Señor, ¡te ruego que me ayudes!”

Siempre debe entenderse que esta segunda conversión a la que nos referimos, es una obra de toda la Iglesia, una tarea continua. Pero dicha tarea no sólo es trabajo nuestro, sino más propiamente de Dios, como nos dice el Salmo 51: “Esta tarea de la conversión no es solo una obra humana. Es el movimiento de un corazón contrito, atraído y movido por la gracia a responder al misericordioso amor de Dios, que nos amó primero”. En Su gran amor por cada uno de nosotros, Él nos dará ese nuevo corazón, esa nueva vida con Él para quienes lo llaman desde el corazón: “Sálvame, ¡Oh Señor, porque soy un pecador!”.

El llamado de Dios es, por tanto, el autor de la conversión. Es, ante todo, una gracia de Dios que nos ayuda a comprender y entonces a aceptar libremente, la necesidad de cambiar radicalmente nuestra vida; una trayectoria hacia la filiación de Dios, un deseo ardiente de conocer, amar y servir a Dios nuestro Padre, con todo nuestro corazón en el camino dado por Jesús. Es un tiempo donde exorcizamos el pecado y dejamos de ofender a nuestro Padre en nuestra vida diaria. Con un corazón sincero y contrito nos apartamos del mal y por tanto del pecado. Y es Su amor, que se convierte en el centro de nuestra vida cotidiana y de nuestra existencia, el que restaura todo y nos da la fuerza diaria para rechazar el mal y la maldad de este mundo y sus trampas, falsedades y engaños.

Medios para lograr esta Metanoia

A medida que nuestros corazones se abren, desprotegidos e indefensos, sentimos posiblemente por primera vez, el abrazo de nuestro Padre. Y puede comenzar el diálogo con Dios, esta relación con Él, a través de la oración del corazón. Es entonces cuando esta continua conversión interior se manifiesta a través de signos visibles, gestos y obras de penitencia.

La Iglesia nos enseña que la penitencia interior debe venir, ante todo, en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna, que expresan la conversión en relación con uno mismo, con Dios y con los demás. Esfuerzos por reconciliar, lágrimas de arrepentimiento, preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y el ejercicio de la caridad, son todas vías para obtener el perdón de los pecados. Cuanto más nos confesamos, más nos arrepentimos, más nos es revelado y más somos alimentados dentro de esta metanoia, con el alimento de Dios que nutre el alma que, hasta este momento, estaba desnutrida.

La conversión se realiza en la vida cotidiana a través de la preocupación por los pobres, el ejercicio y defensa de la justicia y el derecho, el reconocimiento de las culpas, la corrección fraterna, revisión de vida, examen de conciencia, dirección espiritual, aceptación de los sufrimientos, padecer persecución por causa de la justicia y tomar la cruz de cada día y seguir a Jesús, es el camino más seguro de penitencia.

Es aquí donde la Misión sugiere como formas de crecer espiritualmente, a través del entendimiento de nuestra fe y sus principios, entre otras cosas:

Sus tres pasos de crecimiento espiritual (los Tres Niveles de la Misión) y sus Prácticas Diariassugeridas.

Recordemos que Dios quiere que todos los hombres se salven, y que lleguemos al conocimiento de la verdad. Nuestro Señor dice en Juan 6,37: “Yo no rechazaré nunca al que venga a mí”; y continúa en Lucas capítulo 11: “Pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá…¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”

Acerquémonos pues a nuestro Padre con gran confianza y amor, como sus hijos que esperan todo de Su bondad, firmes en la certeza que tenemos de que este viaje hacia la unión con Él ha sido hecho posible por nuestro Señor Jesucristo, y que todo lo que necesitamos hacer es pedir, buscar y llamar a la puerta y las gracias que necesitamos nos serán dadas. ¡Nuestro Dios es bueno! ¡Él es nuestro Padre y nos ama! Y todo lo que quiere de cada uno de nosotros es que lo amemos, con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente. Ese es el logro de una vida como un hijo de Dios. Entonces y sólo entonces podremos entender la manera, la necesidad, la llamada a la ciudadanía del Cielo, a la Eternidad… a amarnos los unos a los otros.

Contacto

contact_-_carol_metanoia.jpgDirectora Internacional de Metanoia: Carol Rivera.

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